La legendaria obra de Luis Feuillade ha sido citada como un hito de los seriales cinematográficos, precursora de la estética de la profundidad del campo perfeccionada más tarde por Lean Renoir y Orson Wells, prima hermana del movimiento surrealista. Sin embargo está más estrechamente relacionada con el desarrollo del thriller cinematográfico, integrada por diez partes apenas conectadas entre sí y carentes de un final emocionante, de duración variada y estrenadas a intervalos irregulares. Los Vampiros se queda a medio camino entre el cielo cinematográfico y el serial.
El argumento complicado y a menudo inconsistente, gira en torno a una extravagante bando de criminales parisinos, Los Vampiros y su enemigo implacable, el periodista Philippe Guérande. (Edouard Mathé)
Los Vampiros, maestros en el arte de disfrazarse – suelen llevar capuchas negras y leotardos para cometer delitos- , tienen como líderes a cuatro ” Grandes Vampiros” que van muriendo sucesivamente y son servidos con fidelidad por la vampiresa Irma Vep (cuyo nombre es un anagrama de vampiro). Irma constituye el alma y el corazón no sólo de la banda, sino también de la película. Enacarnado con voluptuosa vitalidad por Musidora, que gracias a ello se convirtió en una estrella, Irma es el personaje más atractivo de la cinta y supera sin problemas al soso héroe Guérande y a su contrapunto cómico Mazamette ( Marcel Lévesque). Su carisma subvierte el tema del bien y el mal y contribuye al tono amoral de la película, reforzando porque los buenos utilizan con igual frecuencia que los malos métodos pocos escrupulosos, así como la feroz matanza de los Vampiros al final de la historia.
Al igual que en las historias de detectives, Los Vampiros crea un mundo de orden burgués de aspecto inamovible al tiempo que lo socava. Las espesas paredes y suelos de los castillos y hoteles están plagados de puertas falsas y paneles secretos.Las enormes chimeneas sirven de ruta de escape para asesinos y ladrones que corretean sobre los tejados de París y suben y bajan de las tuberías como monos. Los taxistas suelen transportar polizones en el techo y abren trampillas para que los fugitivos accedan a refugios a secretos. En un momento dado, el héroe se asoma a la ventana de su apartamento, situado en el último piso del edificio, y en ese mismo instante le pasan un lazo alrededor del cuello, tirando él y lo arrojan a la calle, lo meten en una gran cesta y lo depositan en un taxi en menos tiempo del que se tarda en decir “¡Irma Vep!”.
Para reforzar está atmósfera de estabilidad, el argumento está construido alrededor de una serie de sorpresas inverosímiles, que implican apariencias engañosas a ambos lados de la ley: personajes “muertos” que vuelven a la vida, pilares de la sociedad (un cura, un juez, un policía) que resultan ser Vampiros y Vampiros que son agentes de la ley infiltrados en la banda.
Lo que es fundamental para la evolución de thriller y lo que lo convierte en un pionero de la forma, es la capacidad de Feuillade para crear, a una escala amplia e imaginativa, un mundo doble, sólido y onírico, conocido y desconocido a la vez.