Volver a las páginas de Susan Sontag siempre conlleva sacudidas. Sigue siendo esencial reflexionar sobre lo que nos enseñan. Susan afirma que las guerras y atrocidades se muestran de distintas formas según dónde estemos, y esas decisiones definen posturas éticas.
«El arte de Goya en “Los desastres de la guerra”, (una serie de 82 grabados del pintor español Francisco de Goya, realizada entre los años 1810 y 1815. Una serie donde el horror de la guerra se muestra especialmente crudo y penetrante. Las estampas detallan las crueldades cometidas en la Guerra de la Independencia Española) parece un punto de inflexión en la historia de la aflicción y los sentimientos morales: es tan profundo como original y exigente. Sus imágenes llevan al espectador cerca del horror. Se han eliminado las galas de lo espectacular: el paisaje es un ambiente, una oscuridad. La guerra no es espectáculo (…)
En un mundo no ya saturado, sino ultrasaturado de imágenes, las que más deberían importar tienen un efecto cada vez menor: nos volvemos insensibles?
Te dejamos un texto para reflexionar a través de la reseña que realizó Julia Rípodas, ” Nuestras vergüenzas ajenas” luego del recorrido por la lectura de Susan Sontag.
“Durante mucho tiempo algunas personas creyeron que si el horror podía hacerse lo bastante vívido, la mayoría de la gente entendería que la guerra es una atrocidad, una insensatez.”
¿Es la guerra inevitable? ¿Puede haber belleza en una fotografía de guerra? ¿Qué hacemos las personas que vivimos en países occidentales ricos ante las atrocidades humanitarias , las guerras, exilios, matanzas, esclavitudes a las que asistimos a través de los medios? En general, miramos para otro lado. Incluso cuando miramos las imágenes vergonzosas de millones de personas desplazadas, huídas, refugiadas, violadas, torturadas, asesinadas, estamos mirando para otro lado.
Susan Sontag nos llama, con su ensayo Ante el dolor delos demás (2003), a reflexionar sobre el creciente grado de sadismo y violencia admitido en los medios y sobre nuestra actitud ante esas imágenes del horror. Nos insta a cuestionarnos nuestro propio papel en la existencia de barbaries insoportables y en la tolerancia que desarrollamos hacia ellas.
Sontag nos ofrece un recorrido histórico sobre la fotografía de guerra y sobre su función actual en la conceptualización que desde occidente hacemos de la propia guerra y en general de la violencia y del sufrimiento de las demás personas. Define la guerra como el gran espectáculo de la modernidad, demasiado similar a la ficción (a menudo la supera) y como la noticia más irresistible y pintoresca de la que el deporte constituiría un sucedáneo. Nos interpela como espectadores y nos empuja a preguntarnos dónde poner la línea que separe la función divulgativa o de denuncia de este tipo de imágenes, de su efecto anestésico o negligente.
“La imaginaria proximidad del sufrimiento infligido a los demás que suministran las imágenes insinúa que hay un vínculo a todas luces falso, entre quienes sufren remotamente – vistos de cerca en la pantalla del televisor – y el espectador privilegiado, lo cual es una más de las mistificaciones de nuestras verdaderas relaciones con el poder. Siempre que sentimos simpatía, sentimos que no somos cómplices de las causas del sufrimiento.”
Utilizando casos concretos de conflictos bélicos del siglo XX, ampliamente documentados en fotografías, Sontag denuncia la diferente vara de medir utilizada para tolerar o no la exhibición de muertos (y sus rostros) según sean, por ejemplo, soldados norteamericanos o civiles anónimos de un país lejano (mirado desde occidente). En el caso de los militares estadounidenses se respeta el derecho de las familias a censurar esas imágenes, a proteger su intimidad, “una dignidad – dice Sontag – que no se estima necesario conceder a los demás.”
“Cuanto más remoto o exótico el lugar, tanto más estamos expuestos a ver frontal y plenamente a los muertos y moribundos.”
A diferencia de su obra Sobre la fotografía (1978) en la que remarcaba la capacidad de embotamiento que sobre nuestras miradas tienen las fotografías bélicas, en este ensayo insiste la autora en poner sobre la mesa el doble filo de este tipo de imágenes. Igual que pueden servir para dar a conocer lo que está ocurriendo, sirven para alimentar la industria de los medios de comunicación. Del mismo modo que tienen su utilidad como documentos históricos, sirven también para invisibilizar históricamente aquellos otros acontecimientos no retratados.
“Pero la imagen fotográfica, incluso en la medida en que es un rastro (y no una construcción elaborada de rastros fotográficos diversos), no puede ser la mera transparencia de lo sucedido. Siempre es la imagen que eligió alguien; fotografiar es encuadrar, y encuadrar es excluir.”
Y de la misma manera que la difusión de documentos gráficos de las atrocidades humanas pueden promover un llamamiento a la paz, sirven en demasiadas ocasiones para generar deseos de venganza.
“Esos hombres y mujeres camboyanos de todas las edades, entre ellos muchos niños, retratados a uno o dos metros de distancia, por lo general de medio cuerpo, se encuentran – como en Marsias desollado de Tiziano, en el que el cuchillo de Apolo está a punto de caer eternamente – siempre mirando a la muerte, siempre a punto de ser asesinados, vejados para siempre.”
Ante el dolor de los demás nos interroga como personas y como sociedad, nos recuerda que las mismas pantallas que nos dan acceso a todo ese sufrimiento, nos lo alejan como si fuera algo irreal en el mismo acto de mirar. Nos recuerda que la guerra y la capacidad humana de causar dolor y terror no son vergüenzas ajenas, son nuestras propias vergüenzas.
Reseña de ” Ante el dolor de los demás, de Susan Sontag ” por Julia Rípodas, junio 15 2018
Susan Sontag (New York, 1933- New York 2004) fue una pensadora, escritora y activista por los derechos humanos norteamericana. En 2003 la autora compartió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras con la marroquí Fátima Mernissi y fue galardonada con el Premio de la Paz que otorgan los libreros alemanes.